Este icono de la Ascensión del siglo IX-X del Monte Sinaí ejemplifica la tradición artística palestina con su composición única
El icono de la Ascensión del Sinaí combina elementos bizantinos y palestinos con una sensibilidad artística única

Artista: Artista desconocido

Fecha: Siglos IX-X

Dimensiones: 41,8 x 27,1 cm.

Materiales: Témpera de huevo sobre madera

Ubicación: Monasterio del Sinaí

 

La obra maestra bizantina del ícono de la Ascensión del Sinaí, que se conserva en el Monasterio de Santa Catalina, es un testimonio de la rica tradición artística del período medieval donde se concentran las influencias bizantinas y palestinas. Esta joya artística, que se data en los siglos IX-X, nos presenta la Ascensión del Señor de una manera singulal y profundamente simbólica, invitando al espectador a contemplar el misterio de la ascensión y su significado trascendental.
El ícono está compuesto en dos planos: el de la tierra y el del cielo, que son representados en los dos registros del ícono. En el registro superior, Cristo asciende en una mandorla, una elipse de gloria, sostenida por cuatro ángeles. La forma de los ángeles y la manera en que sostienen a Cristo reflejan la jerarquía celestial tal como la concebia el artista, probablemente influenciado por la visión de Pseudo-Dionisio Areopagita. La teología de Pseudo-Dionisio sobre las órdenes angélicas ha permeado en el pensamiento medieval y ha configurado la imagen del cielo en el imaginario colectivo.

En la parte inferior, la Virgen María y los doce apóstoles están completamente asombrados con la escena que observan; no puede ser de otro modo, ya que se trata de la presentación del «Hijo de Dios». El icono, así, es imagen y también mensaje. La figura de la Virgen, con un nimbo dorado, está por derecho en el centro, a la altura de un pequeño árbol que no es cambiante, flanqueado por sendas figuras de apóstoles. Más allá de que las figuras se deslizan detrás de la cúpula, lo acontecido está a la vista; los personajes en el cielo ven y son vistos.
El ícono tiene un valor artístico que va más allá de lo que simboliza. La ejecución técnica es magistral. La armonía del color y la composición son tales que el espectador siente una atracción por ese ícono, como si le llamara, y sin pensarlo, se dirigiera hacia él. Cuando el espectador está delante del ícono, este parece espaciarse y nutrirse de una sustancia que le da el aliento necesario para penetrar en el cuadro e invitar a contemplarlo más allá de su apariencia inmediata. Se siente contemplando lo que hay de real y de irreal en el ícono. Él mismo parece un ícono en el sentido de ser digno de adoración y veneración.
Este ícono, como ventana al mundo de lo artístico y espiritual de la época medieval, ofrece una visión fascinante y muy cercana de las artes visuales, la religión y la cultura de ese período. La escena bíblica que retrata, la Ascensión de Cristo, nos habla del misterio de la divinidad, que se hace presente y se encarna en el hijo. Al igual que otras obras de arte religioso, como las vidrieras de las catedrales góticas o los frescos renacentistas, el ícono de la Ascensión del Sinaí nos invita a trascender lo terrenal y a conectar con lo divino.

 

Η Εικόνα Αναλήψεως του Σινά απεικονίζει τον Χριστό σε ελλειψοειδή δόξα με τέσσερις αγγέλους

El icono de la Ascensión del Sinaí: Análisis morfológico

La estructura morfológica del icono revela un profundo conocimiento de los valores simbólicos y artísticos del arte medieval. En la zona superior, la figura de Cristo está representada con un enfoque diferente al habitual, ya que no está sentado ni de pie sobre un arco iris como se encuentra en la mayoría de las representaciones de la época. La inscripción «Hijo de Dios» que le acompaña es un ejemplo típico de la tradición iconográfica temprana(Nikolopoulou).

En el centro de la composición, los cuatro ángeles que sostienen la gloria elipsoidal presentan una representación sumamente interesante, en la que los ropajes de los dos inferiores se distinguen por su borde abullonado en forma de piel, mientras que los bordes de sus vestiduras forman un elaborado dibujo similar al de una sílfide que dirige magistralmente la mirada del espectador hacia la figura de la Virgen. Abajo. Silencio.

La zona inferior del icono está organizada de un modo que sugiere un profundo conocimiento de la tradición iconográfica bizantina, ya que la Virgen está colocada en el centro, proyectada delante de un arbolito de flores rojas que simboliza el Vato Flamígero, flanqueada por los apóstoles que sostienen libros y pergaminos en una disposición que resalta su importancia jerárquica, con Pedro y Andrés a su derecha y Pablo a su izquierda, mientras que la presencia de las preciosas perlas que adornan el borde de los halos y los códices añade una dimensión extra de espiritualidad a la composición(Anderson).

La técnica de ejecución se caracteriza por una representación simplista y lineal de las figuras, con fuertes contornos que acentúan la estructura de la composición. El color rojo domina tanto la llanura como los ropajes, creando una armonía cromática unificada que realza la dimensión espiritual de la obra. El uso del dorado en los halos y los detalles de las prendas añade una sensación de trascendencia, mientras que la cuidadosa gradación de tonos en los pliegues de las prendas revela la habilidad de la artista para representar el volumen y la profundidad.

Implicaciones teológicas y uso litúrgico

El significado teológico del icono de la Ascensión del monasterio del Sinaí va más allá de la mera representación del acontecimiento histórico. El contenido doctrinal de la representación se refleja en la estructura del espacio y la relación entre las figuras. La disposición vertical de la composición subraya la relación dialéctica entre los mundos celestial y terrenal, con Cristo actuando como vínculo entre ambas esferas.

La presencia de la Virgen María en el centro de la zona inferior, delante del retoño de flores rojas que simboliza el Vato Flamígero, crea una fuerte asociación simbólica con la primitiva teofanía ateniense en el monte Sinaí, recordando la relación especial entre el espacio sagrado y las superficies divinas, ya que la ubicación de la obra en el monasterio de Santa Catalina adquiere una dimensión teológica más profunda que vincula el pasado con el presente de la comunidad monástica(España).

Los doce apóstoles, dispuestos alrededor de la Virgen María con Pedro y Andrés a su derecha y Pablo a su izquierda, sostienen libros y pergaminos que simbolizan la difusión del mensaje evangélico, mientras que su postura y la dirección de sus miradas hacia arriba indican la ascensión espiritual y la espera de la Segunda Venida, creando una relación dinámica entre el espectador y el acontecimiento representado, lo que refuerza el uso funcional del icono en el contexto del culto monástico.

En la zona superior, la representación de Cristo en la gloria elipsoidal sostenido por cuatro ángeles presenta una peculiaridad notable, ya que Cristo no está sentado ni pisando un arco iris, como es habitual en otras representaciones de la época, sino que está marcado con la inscripción «Hijo de Dios», una temprana evidencia epigráfica que subraya su naturaleza divina y añade una dimensión adicional a la interpretación teológica de la obra. El uso del oro en los halos y los detalles de las vestiduras, así como las perlas preciosas que adornan el borde de los halos y los códices, no son meros elementos decorativos, sino que simbolizan la dimensión trascendente de lo divino y el esplendor espiritual de las figuras representadas.

La tradición artística palestina

La Ascensión del Sinaí es un icono que puede considerarse una ventana al arte bizantino. En lo que respecta a su nivel artístico, este icono no tiene nada que envidiarle a las obras de los mejores talleres de Constantinopla. Además, es un magnífico ejemplo de un momento de transición que muy bien podría llamarse una «fusión paleto-bizantina»: el lenguaje visual de los palestinos con el ámbito visual común de los bizantinos.
Lo que más resalta es la simplicidad de las formas, lo que es, a la vez, refrescante y cautivador. Aunque no buscan representar fielmente lo real, logran captar la esencia de la condición humana. En estas figuras, el artista palestino, que trabaja dentro de un lenguaje bizantino, ha sabido mantener la importancia de la línea y la forma, lo que es un rasgo distintivo de los manuscritos ornamentados más bellos de la antigüedad. Es como si el artista destilara la humanidad en trazos simples pero sugerentes, como lo han hecho las figuras estilizadas de las pinturas murales egipcias o las formas elegantes y simples de las cerámicas griegas.

El icono es un magnífico ejemplo de la interacción mutua entre las tradiciones de arte popular y las formas de arte más cultas, en este caso, el arte bizantino que dominaba todo el Este del Imperio Romano. El icono es, desde esta perspectiva, una obra con identidad, un «comportamiento» típicamente oriental, ya que el arte bizantino, a partir del siglo VII, desarrolló un modelo común que fue asimilándose a lo largo de los siglos en los diversos territorios conquistados donde había comunidades cristianas. Desde el siglo VIII al XIII el Imperio Romano de Oriente había dominado y había extendido la tradición del arte de los iconos.

Un elemento que atrae la mirada de inmediato son los cuatro ángeles que sostienen la gloria elíptica de Cristo, un detalle característico del estilo artístico palestino. Sin embargo, son las vestiduras de los dos ángeles inferiores las que realmente concentran la atención. No es de extrañar que estas vestiduras hayan sido objeto de numerosos estudios científicos y artísticos, pues encierran una historia fascinante. Los bordes delicados y texturizados que evocan la suavidad de la piel, junto con los extremos fluidos de sus vestiduras, revelan la maestría técnica y la creatividad del artista. Imaginemos la minuciosidad con la que el artista aplicó las capas de pigmento y pan de oro, creando efectos de luz y sombra que dotan a las telas de una apariencia casi etérea.
La representación tiene otro aspecto singular: la colocación de la Virgen María en relación con un ejemplar del mirto, unas ramas de mirto con flores rojas. Sin embargo, el mirto, un arbusto en flor, tiene mucho más que una simple conexión visual y geográfica con el lugar y el tiempo en que tuvo lugar el episodio del Éxodo. A través de motivos tradicionales, como la pintura, la escultura o el mérito de las bellas flores del mirto, que atraen la mirada y el olor, se puede acceder a un motivo tan potente como el que la conexión con la Zarza Ardiente ofrece en el monasterio de Santa Catalina.

En definitiva, el símbolo de la Ascensión del Sinaí es un testimonio de la innovación artística y la maestría de los talleres palestinos. Una obra maestra que nos muestra cómo las tradiciones locales podían enriquecer y diversificar el vasto mundo del arte bizantino, al igual que lo hicieron los artistas irlandeses con sus iluminaciones en el libro de Kells, o los coptos en Egipto con sus tejidos e íconos.

 

Conclusiones sobre el icono de la Ascensión del Sinaí

El análisis del icono de la Ascensión del monasterio del Sinaí revela una obra de excepcional importancia para la comprensión del arte medieval y de la tradición artística palestina de los siglos IX-X, que combina de forma única el peso teológico del tema con la originalidad artística en la representación de figuras y símbolos, mientras que la presencia de elementos como la inscripción «Hijo de Dios», la representación de la Virgen María delante del retoño que simboliza el Vato Flamígero y la particular disposición de ángeles y apóstoles confieren a la obra un lugar especial en la historia del arte bizantino. A lo largo de los siglos, el icono sigue siendo un ejemplo notable de la síntesis de elementos locales y universales en el arte medieval del Sinaí.

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Bibliografía

Weitzmann, K. (1963) Iconos cruzados del siglo XIII en el monte Sinaí.

España, S. (1980) El monasterio de Santa Catalina en el Monte Sinaí, Los iconos, Vol. I: Del siglo VI al X.

Anderson, J.C. (1979) La ilustración del Cod. Sinai. gr. 339. The Art Bulletin.

Nicolopoulou, M. (2002). Imagen del Museo Británico de San Jorge a caballo: cuestiones de arte y técnica.